A mediados de los siglos XIX y XX, la provincia de Guadalajara se moría, vivía uno de sus momentos más críticos: una despoblación acelerada que vaciaba pueblos, cerraba escuelas y envejecía la sociedad. Fue en este contexto donde el demógrafo José Camacho Cabello, en su obra fundamental “La población de Castilla-La Mancha en los siglos XIX y XX”, trazó un retrato claro y desgarrador de una región que se desangraba.
El éxodo rural evidenciaba un destino inevitable. Hoy, casi un siglo después, ese destino parece haberse revertido. No por magia, ni por políticas milagrosas, sino por una fuerza silenciosa, trabajadora y profundamente humana: la inmigración. Guadalajara ya no se despuebla, se renueva.
Según Camacho Cabello, la provincia de Guadalajara alcanzó su máximo poblacional en torno al 1897, con 189.000 habitantes. A partir de entonces, comenzó un declive constante, agravado por: el éxodo rural hacia Madrid y Barcelona, la Guerra Civil y sus consecuencias sociales y, sobre todo, la industrialización en otras regiones.
Para el 1970, la población había caído a 110,000 habitantes; y en el 2001, según el INE, apenas 80,300 personas vivían en toda la provincia. La densidad poblacional, en una provincia de 14,948 km², era de apenas 5.4 habitantes por km², una de las más bajas de Europa, con pueblos donde vivían menos de 20 personas y escuelas con un solo alumno, en fin, viendo esos datos, la natalidad era la mínima.
Hoy, en el 2025, la población de la ciudad de Guadalajara se aproxima a los 95.000 habitantes, con una tendencia de crecimiento sostenido desde el 2010. Este cambio no es fruto de la naturaleza, sino de una transformación social profunda al que ha contribuido la llegada de personas migrantes.
Este crecimiento no se concentra solo en la capital, afecta a municipios como Azuqueca de Henares, Cifuentes, Brihuega, Marchamalo y Sigüenza, donde la inmigración ha evitado el cierre de servicios básicos.
Camacho Cabello describió una provincia de "partida forzada". Hoy, la provincia de Guadalajara se convierte en un lugar de “llegada voluntaria”. Las personas que llegan no son solo trabajadores: son madres y padres que crían a sus hijos en nuestras escuelas. Son emprendedores que abren negocios en el polígono o en el casco histórico. Son vecinos que participan en asociaciones, festivales y consejos de barrio. Son contribuyentes que pagan impuestos, cotizan y sostienen los servicios públicos.
Y en ese proceso, la estructura demográfica cambia:
• La edad media de la población ha descendido de 47 a 43 años.
• El índice de envejecimiento ha bajado del 160 al 135.
• El saldo vegetativo (nacimientos menos defunciones) vuelve a ser positivo en zonas urbanas, lo que se traduce en una Guadalajara renovada.
Como bien lo indican diferentes estudios, la inmigración no solo detiene la despoblación, sino que también dinamiza la economía. En el sector primario, el 30 % de la mano de obra agrícola es migrante. En la construcción y logística, clave en empresas del Corredor del Henares, casi el 90 % de la mano de obra es migrante. En servicios sociales, en áreas como el cuidado de personas mayores, la tendencia es similar. Además, más del 15 por ciento de los autónomos son personas migrantes. Sin esta presencia, sectores estratégicos colapsarían. No es exageración: es realidad económica.
Más allá de lo económico, hay un impacto más profundo: el cultural. Donde antes había silencio, tristeza y depresión, ahora hay música y alegría. Donde había uniformidad, ahora hay diversidad. En los colegios, niños de 20 nacionalidades comparten aulas. En los mercados, se mezclan sabores: el queso manchego con el pan árabe; el sarmale rumano con la tortilla de patatas. En los barrios y parques, se celebran ferias interculturales que atraen a miles de personas. Guadalajara ya no es solo una provincia de raíces castellanas. Es un territorio de raíces entrelazadas donde la identidad no se pierde, sino que se enriquece. ¿Se trata de integrar o de reconocer?
A veces se habla de "integrar" como si los migrantes viviéramos fuera. La realidad es bien distinta. Hay personas que llevan más de 35 años aquí, donde sus hijos nacieron en Guadalajara que pagan sus impuestos, alquileres, servicios y que vemos a esta ciudad como nuestro hogar. Es decir, lo que falta no es integración, es reconocimiento.
Reconocer que su presencia no es un "problema de gestión", sino la solución a una crisis demográfica de siglos que, según José Camacho Cabello, esta provincia se moría. Reconocer que, sin nosotros, Guadalajara seguiría perdiendo habitantes, la estabilidad de las arcas de las pensiones, escuelas y futuro.
En conclusión, Camacho Cabello escribió sobre una provincia en retirada. Nosotros, ahora, podemos escribir la próxima página de la historia: “Guadalajara ya no se despuebla, se renueva". Porque el futuro no está en expulsar. Está en abrir las puertas, escuchar, reconocer y caminar juntos. Porque la verdadera riqueza de una tierra no está en su extensión, sino en la vida que late en sus calles, en sus barrios, en sus familias nuevas y viejas. Y en esa mezcla, Guadalajara encuentra, por fin, su futuro.
Omar Nivar
Secretario de Integración de la Comisión Ejecutiva de PSOE Guadalajara