Se cumplen veinte años del incendio de Riba de Saelices que segó 11 vidas. El fuego que lo cambió todo.
En mitad del monte, junto a Santa María del Espino, hay un monumento con once rosas negras y enseres de extinción de incendios en recuerdo de los fallecidos en el denominado Rincón del Jaral. Foto: RFB/Guadalajaradiario.es
Jesús Sanz Gaitán no olvidará nunca sus vacaciones de verano de 2005. Camino a Castellón, desde Guadalajara, se detuvo en su pueblo de Mazarete. Quería para pasar unas jornadas en familia aprovechando la festividad de El Carmen. Ese mismo día 16 de julio, después de la comida, salió a la calle con sus hijos cuando, de repente, notó como el cielo se oscurecía. “Pensé que era una de las típicas nubes de verano que había ocultado el sol”, comenta ahora, dos décadas después, recordando aquella nefasta tarde estival. Un grito desgarrador, casi atávico, le trajo de golpe a la realidad. “Fuego en el pinaaaaar”. Comenzaba el incendio de La Riba de Saelices, cuatro días aciagos que se llevaron por delante once vidas y casi 13.000 hectáreas de gran valor ecológico.
Una foto cargada de simbolismo. Así quedó la manguera del camión autobomba de Arcos del Jalón, que iba con el retén de Cogolludo. Tras recibir el impacto de la lengua de fuego cayó por un barranco y su conductor, Jesús Abad, se salvó milagrosamente al quedar el camión por encima haciendo de techo. No hubo tiempo de arrojar una gota de agua. Foto: Santiago Barra (revista El Decano).Todo había empezado como una comida campestre. Eran las 14,30 horas cuando unos excursionistas, tras visitar la Cueva de los Casares, encendieron una barbacoa en la zona habilitada bajo el cerro que flanquea el paso al Valle de los Milagros. Una pavesa saltaba a los rastrojos cercanos y, de allí, el fuego llegaba rápido al bosque.
El incendio, en el horizonte, en una foto tomada el tercer día del incendio. Foto: Sonia Castillo (revista El Decano).“Fue el incendio más virulento en España en los últimos 40 ó 50 años”, afirma Miguel Aguilar, entonces técnico de extinción de incendios. “La meteorología era extraordinariamente adversa. Fue el segundo año más seco desde que hay registros, había un viento tremendo y una humedad relativa del aire muy baja. El pinar era como era una especie de fábrica abandonada. Había estado produciendo resina durante 70, 80 años, pero esa producción se había desatendido. Los troncos estaban impregnados y la resina arde con extraordinaria facilidad. Se juntó todo y, por ese motivo, fue tan agresivo”, confirma Aguilar.
Tras escuchar el grito de alerta, los vecinos se aprestaron a enfrentarse a las llamas. Desconocían la magnitud, pero no tardarían en darse cuenta de que, aquello, no eran unas simples brasas ardiendo. “Cogí el coche, con mi padre, echamos hachas, fregonas y lo que teníamos a mano, por si acaso podíamos hacer algo”, relata Sanz Gaitán: “cuando íbamos por la carretera de Ciruelos a La Riba nos dimos cuenta que la nube era cada vez más densa y el olor a resina y quemado se volvía más y más intenso. Vimos como ardía la torre de vigilancia de la Riba de Saelices. Las piñas saltaban ardiendo de un lado a otro de la carretera”
El epicentro del incendio, abrasado, en Santa María del Espino. Foto Santiago Barra (revista El Decano).Las autoridades lo negaron después, pero los vecinos siempre insistieron. La escasez de medios en los primeros momentos fue determinante para que el incendio adquiriera tamañas dimensiones. Y es que se tardó más de un día en decretar el nivel 2 de alerta y solicitar ayuda adicional al Gobierno central. Así, al principio apenas dos helicópteros, un hidroavión y los propios vecinos hicieron frente al fuego. Los voluntarios se encararon con las llamas armados con rastrillos, azadas, ramas; los agricultores araron sus campos para impedir que el fuego llegara a los pueblos.
Un helicóptero cargando agua en el tercer día del incendio. Foto: Sonia Castillo (revista El Decano)
Se consiguió parar las llamas, pero el humo se metía en las casas y era necesario desalojar. El mismo sábado, por la noche, comenzaron las evacuaciones. Los mismos alcaldes y voluntarios lo organizaron todo. De Mazarete, Ciruelos del Pinar, Anquela y Tobillos los vecinos fueron trasladados hasta Maranchón, donde les abrieron las puertas. Veinte años después, a Sanz Gaitán aún se le caen lágrimas de agradecimiento por la acogida que les dispensaron. El domingo le tocó el turno a Santa María del Espino y Luzón; el lunes tuvo que ser desalojado Cobeta.
Al final las casas se terminaron salvando; no hubo daños personales pero el pinar, que había supuesto el medio de vida de los pueblos durante generaciones, había quedado arrasado. Con todo, lo peor estaba aún por llegar.
El epicentro del incendio, abrasado, en Santa María del Espino. Foto Santiago Barra (revista El Decano).El retén
“Estábamos refrescando los alrededores de la Ermita de San Mamés, con lo que fuera, con botellas, incluso...y llegó la peor de las noticias”, recuerda Sanz Gaitán. Los integrantes del retén de Cogolludo se habían adentrado en un barranco intentando atajar el fuego, pero una ola de llamas los alcanzaron. No pudieron escapar. Pedro Almansilla, José Ródenas, Jesús Ángel Juberías, Alberto Cemillán, Luis Solano, Mercedes Vives, Julio Ramos, Jorge Martínez, Marcos Martínez, Manuel Manteca y Sergio Casado se dejaron la vida entre las llamas.
Otra imagen trágica. Así quedó el jeep del retén de Cogolludo, atrapado por la lengua de fuego. En la imagen, miembros de la comisión judicial que investigó el incendio inspeccionan el lugar. El vehículo se salió del camino metiéndose en un jaral en llamas hasta topar con un cerco de piedras. Foto: Santiago Barra (revista El Decano).El único superviviente
Jesús Abad, conductor del camión autobomba, salvó su vida de puro milagro. Afectado de graves heridas declaraba en su día a TVE desde la cama del hospital: “el fuego estaba muy lejos pero, de repente, llegó un humo muy negro. Íbamos a salir y se nos echó encima una especie de ola gigante, pero de fuego”.
Coches del retén de Cogolludo, tal y como quedaron en el lugar donde fueron atrapados por las lengua de fuego. Foto: Santiago Barra (revista El Decano).
“Al escuchar la noticia la gente empezó a llorar como nunca lo había visto. La rabia se mezcló con indignación por la actuación de algunos políticos” recuerda Sanz Gaitán “Los que mandaban se vieron desbordados, no supieron atajar una desgracia como esta; no la tenían prevista e hicieron el ridículo”
José María Barreda, presidente de Castilla-La Mancha, con Cristina Narbona, ministra de Medio Ambiente. Foto: Sonia Castillo (revista El Decano).Uno de los momentos culminantes de este descrédito político ocurrió en Alcolea. Lo contaba la crónica de la revista El Decano, escrita por Óscar Cuevas: “el domingo por la noche el presidente regional y la vicepresidente del Gobierno, José María Barreda y María Teresa Fernández de la Vega llegaban a Alcolea, donde había sido evacuados los vecinos y había sido instalado el puesto de coordinación. Recibían una monumental bronca”. A partir del domingo, se fue acrecentando el número de medios de lucha. El incendio se daba por extinguido el 20 de julio, cinco días después.
Foto: Jesús S. Gaitán.
Dos décadas después de todo aquello, las heridas aún duelen, pero el panorama ha cambiado. El pinar reverdece y crece con otras perspectivas de futuro. Y es que la tragedia de Riba de Saelices supuso un antes y un después para los bosques. “Esto nos hizo replantearnos qué estaba ocurriendo, cómo estábamos haciendo las cosas” , afirma Miguel Aguilar; “y la conclusión era que había que mejorar el funcionamiento de los dispositivos. Se ha mejorado en muchos ámbitos. Se han protocolizado los mecanismos de seguridad de los incendios, las formas de actuación, la coordinación. Se han implementado unidades de análisis y planificación, técnicos dedicados exclusivamente a evaluar cómo puede ser la evolución del fuego para aportar esa información a los directores de extinción; de esta forma sus decisiones pueden ser más acertadas”
Todo ello sin olvidar la creación de la UME, la Unidad Militar de Emergencias, en cuya creación el incendio de Riba de Saelices fue un factor decisivo. Miguel Aguilar apunta, además, la evolución social y el cambio normativo experimentado en estas dos décadas: “en el año 2005 era perfectamente legal hacer una barbacoa en un pinar en el mes de julio”.
Monumento en Mazarete. Foto: Jesús S. GaitánHomenajes
Tan solo un mes después de la tragedia, el 17 de agosto, se realiza un emocionado homenaje a los fallecidos en la ermita de San Mamés, en la localidad de Mazarete. Acuden familiares, vecinos y numerosos medios de comunicación, nacionales e internacionales. Sanz Gaitán, conocido periodista alcarreño, “tira” de contactos para dar forma a su idea de homenajear a los fallecidos y, de paso, agradecer la labor de todos los voluntarios que habían colaborado en la extinción y evacuación. Desde entonces once árboles y una placa sobre una piedra de arena recordarán para siempre los nombres de los once fallecidos.
En una loma mirando al barranco de Los Milagros está el monumento de las once rosas negras. Foto: RFB/Guadalajaradiario.esNo es el único homenaje. En Santa María del Espino, once rosas negras, cascos y otros aperos de extinción se convierten en otro altar de homenaje. En Cogolludo, base desde donde partió el retén, la rotonda de entrada a la localidad desde la CM1001 es la Rotonda del Retén. En Guadalajara capital, la glorieta que saluda a los coches a la salida del túnel de Aguas Vivas acoge un monumento y una placa en recuerdo de fallecidos.
Foto: RFB/Guadalajaradiario.es
Veinte años después, cada 17 de agosto, continúan los homenajes, la memoria de un suceso amargo. Las familias de los fallecidos, además, sufrieron otras experiencias de difícil recuerdo. “Con nosotros se portaron muy mal. Nadie dio la cara. Nadie se puso delante de nosotros para decir, reconocemos que se nos fue”, afirma Carmen de la Peña, viuda de Jesús Juberías, uno de los “Once de Cogolludo” .“Desde el minuto uno, ahí no hubo medios”, ha reiterado convencida.
De la Peña recuerda con especial amargura la masiva manifestación por las calles de Guadalajara, que terminó ante la Delegación de Medio Ambiente.
Autoridades en el funeral oficial celebrado en la iglesia del Fuerte de San Francisco en Guadalajara. De izquierda a derecha: Manuel Marín, presidente del Congreso; Felipe de Borbón, príncipe de Asturias; la princesa Letizia; Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta del Gobierno; José María Barreda, presidente de Castilla-La Mancha. Sin embargo, con todo y con eso, queda también el calor de la gente. “A mí me tendieron y me siguen tendiendo la mano, porque me van a acompañar el día 17 en la Rotonda de Guadalajara, en la misa de Mazarete, en Cogolludo. La gente que realmente lo sintió. Compañeros, familia, vecinos, políticos, que los hay también, que están ahí”, asegura Carmen.
Foto: Jesús S. Gaitán.
Veinte años después, el bosque ha renacido. Aún es joven, pero los árboles crecen con fuerza. Huele a pino, a monte, a resina, como tiene que ser. Carmen de la Peña ha vuelto a la zona: “Siento una paz que no te puedes ni imaginar”, pero también hay algo que le mueve por dentro y le deja una pregunta sin resolver “Estás allí y dices, ¿pero quién los mandaría entrar aquí? No sé, es lo primero que piensas”.
Foto: RFB/Guadalajaradiario.es
Foto: RFB/Guadalajaradiario.es
Foto: RFB/Guadalajaradiario.es
Foto: RFB/Guadalajaradiario.es