La institución fue responsable del desarrollo social, intelectual y científico de la capital desde el siglo XIX. Vea el video en el interior.
Coches contraincendios llegados de Madrid, que nada pudieron hacer para frenar el fuego.
Llovía sobre Guadalajara. El sábado se despedía ya sumiendo a la ciudad en una noche oscura y fría. Acostumbrado a su presencia, Teodoro López alzó la vista sobre el Palacio de Montesclaros. Pasaban las 11,00 horas cuando vio salir humo del tejado, junto a la iglesia del Hospital civil. “Será de las chimeneas” pensó y continuó con su ronda de sereno hasta el final de la calle Madrid. Al volver, sin embargo, vio como las volutas se elevaban acompañadas de algunas chispas. Corrió entonces a avisar al centinela del cuartel de Aerostación.
La crónica de la época recogida en Flores y Abejas nos relata los inicios de uno de los episodios más tristes para Guadalajara, el incendio de la Academia de Ingenieros. Este 9 de febrero de 2024 se cumplen exactamente 100 años, un siglo de la tragedia que comenzó a sumir a la ciudad, de nuevo, en un sueño profundo, un letargo del que no despertaría hasta los años 60, con la llegada de los polígonos industriales.
A la derecha el Palacio del Infantado. Foto: Biblioteca Virtual de Defensa.
Tras el aviso de Teodoro López al centinela comienza una cadena de llamadas y se inician los operativos entre momentos de pánico. Las campanas de la ciudad tocan a rebato. Se sacan escalas y material contra incendios del Gobierno Militar y se entra en el edificio para salvar a las personas del interior. Cadetes, profesores y familiares tuvieron que salir a medio vestir. “A los pocos minutos de salir el capitán y los alumnos de los cuartos de arresto, se hundieron las cubiertas de esas habitaciones” reflejaba entonces Flores y Abejas.
El fuego cobra fuerza impulsado por el viento y, ante el peligro de que las llamas se extiendan al cercano Hospital Civil, los enfermos son evacuados al Palacio del Infantado, sede del Colegio de Huérfanos de Guerra. Dos personas fallecen en el traslado. Mientras, a eso de las 00,45 horas, arde toda la cubierta del edificio. Imposible controlar el fuego. A pesar de ello bomberos, operarios municipales, profesores y alumnos, jefes y oficiales de Aerostación y Talleres se prestan a luchar contra el incendio.
Fachada principal de la Academia de Ingenieros en la actual Plaza de España y estatua del Conde de Romanones. Foto: Instituto del Patrimonio Cultural de España MCDMuchos vecinos de Guadalajara acuden dispuestos a echar una mano o, por lo menos, a no perderse el triste espectáculo. Entre ellos, contemplando las llamas, un pequeño que no alcanza los ocho años de edad, hijo de un militar, un tal Buero Vallejo, de nombre Antonio. Cerca de las cuatro el reloj de la Academia, acosado por el fuego, deja de funcionar. El edificio es ya una hoguera colosal.
Panorama desolador
José Luis Alegre nos pinta el panorama desolador con que se encuentran los alcarreños en la mañana del 10 de febrero de 1924. Lo cuenta en su libro “El incendio de la Academia de Ingenieros de Guadalajara”. “A las nueve de la mañana habían ardido todas las dependencias y quedaban en pie tan solo los muros. Permanecían erguidas, a duras penas, la fachada principal y la torre”. El fuego, cuenta Alegre en su obra, quedó completamente sofocado a las 18,00 horas del lunes, 11 de febrero.
Vista aérea desde un globo aerostático de la propia academia. El descampado fue después el Colegio de las Cristinas y ahora será sede de la Universidad de Alcalá. Foto: Biblioteca Virtual de DefensaParece ser que el suceso se inició en el cuarto de arrestados, aunque el origen del siniestro nunca quedó del todo claro. La documentación sobre la instrucción del caso desapareció. Sin embargo, se apuntan como posibles causas las chispas de alguna estufa o un cortocircuito. A este respecto, la obra de Alegre señala que las monjas del Colegio de Huérfanos, en el Infantado, ya habían observado, a eso de las ocho de la tarde, una pequeña columna de humo en el tejado “pero no le dieron importancia porque pensaron que procedía de alguna de las chimeneas”.
Lo que está claro es que el fuego prendió de forma voraz y lo hizo a pesar de la lluvia y del buen material contra incendios del que se disponía. Sin embargo, ni las precipitaciones eran intensas ni el agua de la red llegaba al principio con la cantidad necesaria “y fue preciso cerrar ciertas llaves de la población para que llegase a la Academia en cantidad suficiente”, recoge la obra de Alegre.
Fotografías del derrumbe final del edificio principal de la Academia de Ingenieros. Foto: Memorial de Ingenieros del EjércitoEl Palacio de Montesclaros, por otro lado, tampoco estaba en muy buenas condiciones. El edificio databa del siglo XII y ya había sido objeto de algunas reformas. Como dato “curioso” ya 1851 los mismos ingenieros habían realizado un simulacro en el que se establecía, como supuesto práctico, la sofocación de un incendio producido en la segunda planta del edificio. “Setenta y cinco años después” recoge Alegre en su obra “lo que se planteó como un problema teórico se convirtió en una trágica realidad”.
Foto: Memorial de Ingenieros del Ejército.Ya fuera por la falta de agua en los primeros momentos, por el mal estado del edificio o por una lluvia escasa, el hecho es que esa noche, aquel 9 de febrero de 1924, parece ser que todo se conjuró en contra de Guadalajara.
El incendio de la Academia fue una tragedia de enormes dimensiones. Se perdieron los gabinetes de Construcción, Química, Mineralogía, Fotografía y Física. Se convirtieron en cenizas documentos y obras de arte, aparatos de precisión y medida y hasta desapareció el propio archivo histórico de la institución. También se quemó el Salón del Trono, la galería de los retratos y la Biblioteca, con una colección de más de 28.000 volúmenes, entre ellos decenas de incunables procedentes de la histórica Academia de Matemáticas de Barcelona.
Dotaciones de bomberos en el incendio donde se ve que las llamas están incontroladas.Del incendio se salvaron el llamado Picadero y los pabellones cercanos al barranco del Coquín, hoy ocupadas por el Archivo General Militar. La Academia continuó unos años en esos edificios anexos y en el Palacio de don Antonio de Mendoza, pero la sentencia estaba echada. Ocho años después, con su traslado a Segovia, los ingenieros militares decían adiós a Guadalajara.
Por eso, aquella noche supuso un golpe mortal, casi definitivo. El fuego no solo destruyó un edificio, terminó también con una época, un periodo de la ciudad ligado a una institución que tanto aportó a la ciencia, a la ingeniera, a la sociedad alcarreña…
A la derecha se pueden ver el Palacio del Infantado y los actuales jardines. Foto: Biblioteca Virtual de Defensa.Un impulso para Guadalajara
En 1833 Guadalajara aún purgaba las consecuencias derivadas de la Guerra de la Independencia. El cierre definitivo de la Fábrica de Paños, en 1822, había supuesto la sentencia definitiva de las oportunidades laborales en la ciudad. La emigración volvió a ser la única vía de escape. Sin embargo, la llegada de la Academia de Ingenieros, que ocupó la antigua sede de la propia Fábrica, consiguió revertir la situación y revitalizar la ciudad.
Periódico 'El Mundo Gráfico' - Imágenes procedentes de los fondos de la Biblioteca Nacional de EspañaPara ello fue fundamental el sistema de organización de la propia institución. La Academia no tenía Régimen de Internado, por lo que los estudiantes y algunos de los profesores debían alojarse repartidos por toda la ciudad. Lo recoge Andrés García Bodega, en su obra “Guadalajara y los ingenieros militares”, “esto favoreció el incremento y las mejoras en el caserío, así como la creación de otro tipo de locales de residencia como posadas y casas de huéspedes; al principio no había suficientes para albergar a los alumnos”
Así, después del estudio y las prácticas de cada jornada, cada alumno debía volver a su vivienda en la ciudad. De esta forma se fomentó la convivencia con los vecinos y se logró una cohesión social sin parangón. “El conocimiento que tenía el pueblo de lo que ocurría dentro de Montesclaros era de primera mano, porque los cadetes comentaban sus preocupaciones, su forma de vida; por eso se llegó a decir que toda Guadalajara era Academia”, afirma el propio García Bodega.
Portada del periódico 'El Imparcial' - Imágenes procedentes de los fondos de la Biblioteca Nacional de EspañaAdemás, la llegada de la institución a Guadalajara supuso un aliento económico de primer orden. “La Academia supuso una revitalización durante casi cien años del tejido económico de la ciudad, desde el pago de los alojamientos hasta las sastrerías, todo lo que tenía que ver con la gastronomía, la hostelería en general” asegura Rafael de Lucas, del Archivo Histórico Provincial.
Pero la Academia significó mucho más para Guadalajara. Fue el motor de un desarrollo social cuyas huellas se pueden rastrear en nuestros días. Así, gracias a su influencia, en 1837 se crea el Instituto General y Técnico, germen del actual Brianda de Mendoza; un año más tarde abre sus puertas el Museo Provincial de Guadalajara (el primero de toda España). También tiene mucho que ver con la institución militar la creación de las escuelas de Magisterio. “Hay una proyección total y absoluta de lo que es la Academia hacia la parte social y económica de Guadalajara”, afirma Rafael de Lucas
Periódico 'Heraldo' - Imágenes procedentes de los fondos de la Biblioteca Nacional de EspañaDesde el punto de vista educativo, la llegada de la institución supuso una nueva oportunidad para la propia población de la ciudad. Así, buena parte de los vecinos de Guadalajara que no tenían acceso a una instrucción superior tuvieron la oportunidad de ingresar la Academia “por eso muchos de los ingenieros que se titularon a lo largo de los años eran de la propia Guadalajara”, comenta García Bodega.
Pero la impronta que dejó la Academia en Guadalajara también fue de tipo urbanístico y arquitectónico. Y es que, tal vez por inercia natural, la institución comenzó a expandirse. Así, a medida que se incrementaban las necesidades del material requerido para sus prácticas, se habilitaron, para su fabricación, los talleres del Fuerte de San Francisco.
Palacio de Montesclaros, que daba a la actual Plaza de España. Foto: Biblioteca Virtual de Defensa.Por otro lado, según aumentaba el número de ingenieros y regimientos, se ocupó el cuartel de San Carlos, donde se instaló el servicio de Aerostación. En el polígono del Henares se crearon fábricas para construir y reparar los globos, se construyó una torre de observación, “todo era una expansión de la propia Academia”, afirma Andrés García Bodega.
La influencia de los Ingenieros llega hasta otro punto culminante, otro hito en la expansión de la sociedad y la industria de Guadalajara. Y es que la instalación, en 1917, de la fábrica de la Hispano Suiza no se entiende tampoco sin la presencia de la Academia. “Es fundamental desde el punto de vista económico. No se le ha dado la importancia que tiene porque no se ha estudiado lo suficiente” asegura De Lucas.
Referentes
En la Academia de Ingenieros completaron su formación 115 promociones, con un total de 2213 oficiales ingenieros. Tanto profesores como alumnos fueron referentes por su trayectoria castrense y sus aportaciones en materia de Aerostación y Aeronáutica. Entre ellos figuran personas como Alejandro Goicoechea, inventor del Talgo; José Ortiz Echagüe, fundador de la aeronáutica CASA y primer presidente de Seat o Emilio Herrera Linares, creador del prototipo de traje espacial, aviador y jefe de la aviación republicana en la guerra civil.
Foto: Biblioteca Virtual de Defensa.De las aulas de Guadalajara salieron también Pedro Vives Vich, primer español que voló en avión y primer jefe de la rama de Aviación del Servicio de Aeronática Militar ; Alfredo Kindelán, fundador del actual Ejército del Aire y jefe de la aviación de Franco en la guerra civil; Eduardo Barrón, pionero de la industria aeronáutica española. No podemos dejar este repaso sin mencionar a Mariano Barberán, que cruzó el Atlántico sin escalas y se perdió en México…
“Aquí hubo una gente de un nivel intelectual altísimo” comenta Rafael de Lucas. “La nuestra estaba al nivel de las mejores academias de ingeniería militar, como la de París, Metz o Bruselas. Incluso los militares de Guadalajara auditaban cursos allí y el campo de aerostación era un centro internacional de reunión al que se venía a ver elevaciones de globos y experimentos”.
Pero la aportación de la Academia fue mucho más allá. Lo decía el periodista Luis Cordavias en la misma página de Flores y Abejas donde recogía la crónica del incendio. “¿Cómo podrán olvidar los Ingenieros que en Guadalajara juraron la bandera, que aquí buscaron muchos de ellos sus compañeras para toda la vida y que aquí nacieron, también, bastantes de sus hijos?”
Y muchos de esos hijos de los que hablaba Cordavias en 1924, contribuyeron a “dar lustre” a la cultura de la ciudad. Porque buena parte de los artistas alcarreños del último siglo son hijos de militares de la Academia. Así, cabe mencionar al poeta José Herrera “Petere”, nacido en Guadalajara en 1909, hijo de Emilio Herrera Linares, aquel aplicado alumno que ideó el traje espacial entre los muros del complejo alcarreño o, por poner otro ejemplo, al escultor José de Creft, que nació a orillas del Henares debido al destino de su padre, militar catalán en la Academia. Y no, nos dejamos al dramaturgo Buero Vallejo, aquel pequeño que contempló el incendio en primera persona, hijo de un militar gaditano que daba clases de Cálculo en Montesclaros.
Aquella noche de hace cien años toda esa convivencia, todo esa historia y esa unión comenzó a desvanecerse. Se empezaba a esfumar una relación de casi un siglo en el que Guadalajara y Academia, vecinos e ingenieros, se habían fundido para hacer un binomio casi perfecto, una época dorada de una ciudad que, de nuevo, se quedó huérfana y esperando. Alfonso XIII llegó dos días después y aquí, sobre las cenizas de toda una vida, ratificó la promesa de reconstrucción. Proyectos los hubo, manifestaciones ciudadanas también, incluso nos ilusionamos en los cuarenta con los cadetes de la Academia instalados en Adoratrices…pero todo fue en vano; hoy, cien años después, tan sólo nos queda recordar el aniversario de aquella noche en que Teodoro López, el sereno de la calle Madrid, vio salir humo del techo de la Academia. Y al principio no le dio importancia…
El Ayuntamiento de Guadalajara realiza un video
La conmemoración no podía pasar desapercibida en el Ayuntamiento de Guadalajara y su concejalía de Cultura. Así se ha publicado un extenso y profuso video que recoge la historia del incendio de la Academia de Ingenieros con el guión y la dirección del historiador Pedro José Pradillo.
Puede ver el video pinchando en este enlace.
