La tormenta afectó a Guadalajara, Azuqueca, Alovera y otras localidades
Portada del periódico "Flores y Abejas"
Al pensar en aquella tarde no puede uno evitar que el recuerdo de Asterix y Obelix acuda a su memoria. Los guerreros galos solo temían una cosa en la vida: que el cielo cayera sobre sus cabezas. “Pero eso no va a pasar mañana”, decía Asterix.
Aquel día, sin embargo, ocurrió. Guadalajara no era la Galia ocupada por los romanos y aquí, al contrario que en los álbumes de Uderzo y Goscinny, el cielo terminó por derrumbarse. Lo hizo por completo, sin previo aviso. De forma masiva. Entre las 17,00 y las 17,30 horas el cielo comenzó a disparar ráfagas de hielo de forma inmisericorde. Fue un 15 de mayo, festividad de San Isidro. Apenas faltaba un mes para que comenzara el Mundial de España. Han pasado ya 41 años.
El patrón de los agricultores suele ser pródigo en lluvias. Ese año, sin embargo, el agua vino en forma de hielo. Lo hizo en una granizada de proporciones “colosales”, casi bíblicas.
Envuelta en ráfagas de viento la “piedra” se precipitó sobre Guadalajara capital, Azuqueca de Henares y Alovera. Aldeanueva, Valdegrudas o Atanzón tampoco escaparon a esta descarga. Ni los más mayores recordaban algo parecido. El granizo resultó mortal para el campo. La producción de la Vega del Henares quedó arruinada casi por completo.
“Las cosechas de cereales y los primeros brotes de la siembra de maíz han sufrido importantes daños en algunas zonas de la provincia”. El desaparecido diario “La Prensa Alcarreña” comenzaba así una crónica que titulaba “Una granizada de época”. Situaba entonces a Azuqueca y Alovera entre los pueblos más afectados y es que, más de cuarenta años atrás, lo que hoy son calles, parques y viviendas, eran extensos campos de labor.
Portada de "La Prensa Alcarreña"
“En algunas zonas” afirmaba el periódico “los granizos llegaron a alcanzar los siete centímetros de circunferencia”. La crónica, firmada por Félix García, asegura que el problema se había agravado por los seguros “muchos agricultores, aún no los habían cumplimentado”.
Los daños en la ciudad fueron, asimismo, numerosos. En la capital de la provincia se rompieron cristales, toldos y marquesinas. Dentro de las casas se pasó miedo. El granizo llamaba con una machacona insistencia que dejó su huella de agujeros en las persianas. Ni una sola se libró. Todas quedaron marcadas y sólo el tiempo ha borrado las huellas. Algunos restos, muy pocos, aún persisten.
Calles
Las alcantarillas, al menos en Guadalajara capital, no fueron suficientes. “Hubo calles en las que el granizo acumulado llegó a tener más de diez centímetros” leemos en el recordado diario “Flores y Abejas”. “Discurrió, arrastrado por el agua, como una auténtica masa de hielo deslizante, con enorme peligro para automóviles y peatones”.
En la carretera nacional, la hoy denominada A-2, las cosas se complicaron también “Se interrumpió el tráfico” continúan las crónicas de la época “los conductores buscaron el refugio de árboles o zonas de abrigo. Intentaban evitar la rotura de parabrisas y cristales, aunque fueron muchos los que no lograron evitarlo”.
La memoria de la granizada, tanto tiempo después, ha quedado difuminada. Tan sólo los más mayores conservan un leve recuerdo de aquella hora en que pareció llegado el “juicio final”. Las crónicas en blanco y negro parecen ser el único testigo palpable de una tarde en la que el granizó lo destrozó todo a su paso.
Persianas en Azuqueca de Henares
Sin embargo, aún hoy se pueden ver restos de la “batalla”. Son viejas persianas que muestran sus cicatrices de guerra. En Azuqueca de Henares, un edificio abandonado en la calle Mayor, esquina calle Sacedón, presenta las muescas de aquellas balas. Las que disparó el cielo cuando se derrumbó sobre las cabezas. Fue un Día de San Isidro. Hace 41 años.